Estimados compañeros, compañeras, amigos y amigas,

Hoy nos reunimos aquí, en Requena, en el marco del 4º Congreso Forestal de la Comunidad Valenciana, para rendir un muy merecido homenaje a nuestro compañero, maestro y, sobre todo, amigo, Rafael Currás Cayón.
Rafael nos dejó el 21 de marzo del año 2020, coincidiendo con el Día Forestal Mundial, y una semana después de haberse decretado el Estado de Alarma por la pandemia del COVID. Las complicadas circunstancias nos impidieron despedirnos de él como hubiéramos deseado, por lo que tras muchas peticiones, desde la Plataforma Forestal Valenciana, con el apoyo del COIM de la CV y de AMUFOR, decidimos hacerle hoy este homenaje como muestra de nuestro profundo respeto y cariño. Consideramos que éste era el mejor marco, también contando con la presencia de su familia: su esposa Chedes y sus hijos Miguel Ángel, Javier, Gloria, Mercedes y Rafael. Es un placer para toda la familia forestal valenciana contar con vuestra presencia hoy aquí.
Muchos de los aquí presentes tuvieron la suerte de conocer a Rafael y de compartir trabajo, proyectos y muy buenos ratos, aparte de las obligaciones. Y el consenso es totalmente generalizado: Rafael siempre dejó su huella como una persona muy respetuosa y empática, serena, oportuna, cordial, generosa, discreta, valorando la amistad por encima de todo.
Aquéllos que tuvimos la suerte de conocerlo más en profundidad podríamos añadir que era un magnífico compañero y maestro, pero sobre todo un amigo.
Rafael dejó siempre su impronta en los muchos entornos en los que trabajó. Y es por eso por lo que hoy tenemos tantos compañeros y amigos aquí presentes participando de este homenaje.
Rafael nació en Madrid en julio de 1940, en plena posguerra. Era el menor de tres hermanos. Aunque era madrileño de nacimiento y valenciano de adopción, siempre nos recordaba con mucho cariño sus raíces gallegas y su especial vinculación con esta tierra con tanto arraigo forestal.
“De casta le viene al galgo”, me respondió cuando hace muchos años le pregunté las razones de su profunda vocación forestal. Me explicó que su padre, Alfonso, se lo llevaba a largas caminatas por el monte y que se aficionó a la naturaleza y al alpinismo desde que era un chaval. Esto, y el ejemplo de su hermano mayor, Alfonso, hizo que tras su bachillerato en el Ramiro de Maeztu comenzara con 17 años su preparación para ingresar en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Montes de Madrid, lo que consiguió en el año 1960, formando parte de la promoción 109. Terminó, así, sus estudios en el año 1965, con un proyecto final de carrera sobre la restauración hidrológico-forestal de la Rambla de Cueva de Torrente, en Almería.
Durante esos años de formación académica coincidió con los grandes maestros de la Botánica Forestal: Luis Ceballos y Juan Ruiz de la Torre. También pudo colaborar con los principales investigadores forestales españoles del momento, como José Luis Montero de Burgos, Pedro Ceballos, Ramón Montoya y Jacobo Ruíz del Castillo. Según me comentó en alguna ocasión, de todos ellos aprendió los principales valores de la profesión forestal como el compromiso con la sostenibilidad, pero también los principales valores de la investigación en nuestro campo: la curiosidad, la creatividad y el rigor científico.
Tras su paso por las aulas de la Escuela, en 1966 accedió al Cuerpo de Ingenieros de Montes del Estado. Su primer destino fue como Auxiliar Principal de Investigación en el Instituto Nacional de Investigaciones y Experiencias (IFIE) en Madrid, concretamente en el ámbito de la selvicultura, especialmente en alcornocales, bajo la dirección de otro gran referente para Rafa, como fue Antonio González Aldama. Rafael pudo aprovechar muy bien estos años en el IFIE como joven investigador predoctoral, llegando a desarrollar su tesis sobre “Restauración hidrológico forestal de la cuenca de la Rambla de Chirivel en Almería“, defendiéndola cum laude en 1970.
Ya como Doctor Ingeniero de Montes, en 1970 su querida Galicia se le presentó en el camino de su vida, incorporándose como Investigador Principal del INIA al Centro de Investigación Forestal de Lourizán, en Pontevedra. Sus investigaciones en aquellos años se centraron en la regeneración natural y la mejora de frondosas nobles, como el castaño, el fresno o el nogal. Sus cuatro años en Galicia lo marcaron profundamente, tanto a nivel profesional como personal. Cuando nos contaba sus anécdotas en el palacete de Lourizán y sus correrías por Pontevedra se le iluminaban los ojos. Siempre llevó Lourizán, y por ende Galicia, en su corazón.
En 1974 su vida dio un vuelco y, por fin, llegó a Valencia, la que a partir de entonces sería y sentiría como su tierra. Tras haber solicitado la excedencia voluntaria del Cuerpo de Ingenieros de Montes del Estado, se incorporó a la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valencia, como Profesor Ayudante de Clases Prácticas, Adjunto Interino y Agregado Interino, pasando a partir de 1985 a Profesor Asociado, plaza en la que se jubiló en 2010 con 70 años. Rafael impartió las asignaturas de Botánica, Geobotánica y Taxonomía Numérica en el Departamento de Botánica, iniciando una línea de investigación sobre la dinámica de la vegetación natural en etapas post-incendio. Dirigió muchas tesinas y dos tesis doctorales, las de sus discípulos Miguel Guara y Emilio Laguna, hoy aquí entre nosotros.
A finales de 1984 se reincorpora al Cuerpo de Ingenieros de Montes, siendo destinado a la Subdirección de la 7ª Inspección Regional del ICONA, en su sede del Parterre en Valencia, con la compatibilidad para sus actividades académicas como Profesor Asociado en la Universidad.
Fue pocas semanas después, concretamente durante la primera semana de enero de 1985 cuando se cruzaron nuestros caminos. Yo era un joven estudiante de primer curso de Ingeniería de Montes en la Universidad de Göttingen, que llegó al norte de Alemania con 18 años recién cumplidos y una mochila vacía de recursos, pero llena de sueños. Los alemanes me bajaron de la nube cuando me dijeron que antes de poder empezar la carrera debía realizar un mínimo de 6 meses de formación práctica en tareas básicas forestales, a cargo de un ingeniero de Montes, en la administración o en la empresa. Lo que se entendía entonces como formación dual forestal en Alemania. Al ser extranjero (todavía no estábamos ni en la Comunidad Europea), me permitieron excepcionalmente intercalar la formación práctica entre primero y segundo de carrera.
“Lo lógico sería hacer estas prácticas en Valencia o Castellón, conocer en detalle todos nuestros montes y estar con la familia”, pensé.
Aquellas primeras navidades volví a casa, como en el anuncio de los turrones del Almendro. Mi buen amigo Eduardo Rojas me aconsejó que fuera a la 7ª Inspección Regional del ICONA y que expusiera el caso a su director (entonces llamados inspectores), cuyo nombre permitidme obviarlo hoy. Tras estar esperando más de 3 horas delante de su despacho, cuando salió lo abordé con mi consulta y no tardó ni 30 segundos en despedirme. Era muy joven, pero pocas veces me he sentido más humillado en mi vida. Por la cabeza me pasó no volver a Alemania, dejar mi plaza en quizás la escuela forestal más prestigiosa del mundo y meterme en Medicina o en Agrónomos en Valencia.
Bajaba las escaleras con las orejas gachas, cuando oí unas zancadas bajando deprisa las escaleras que daban al patio de la Plaza de Alfonso el Magnánimo.
“Oye majo, ¿tú fumas?” Oí.
“Sí”, le contesté triste y abatido.
“Pues me vas a invitar a un cigarro, y yo te invito a una cerveza y algo de picar en el bar de abajo. Hablemos”.
Y vaya si hablamos. Estuvimos 3 ó 4 horas. Le expliqué mi vocación desde chaval, mi vida y estudios en Alemania y mi ilusión por llegar a ser algún día un buen y honesto profesional forestal, a poder ser en mi tierra. La imagen que recuerdo de aquella tarde es de encontrarme ante un hombre de 44 años de una vitalidad inusual, tremendamente cordial y cercano, pero sobre todo con una sonrisa llena de cariño que nunca olvidaré. Enseguida me di cuenta que Rafael era todo sinceridad y empatía y que me quería ayudar, sea como sea y pese a quine pese. Me dijo que no me preocupara, que levantara el ánimo y que me llamaría en un par de días, que intentaría tener una solución para mí. Me dio un vuelco el corazón.
“¡Qué tipo más genial!”, pensé.
Y así se lo comenté a mi amigo Eduardo. Lo recuerdo sinceramente como una de las tardes más felices de hasta entonces mi corta vida.
A los cuatro días me llamó por teléfono a casa y me dijo que me pasara a verlo por la tarde. Cuando entré en su despacho tenía preparado un contrato de becario en prácticas, que se adaptaba perfectamente al modelo que yo había traído de Alemania. Más tarde supe que lo tuvo que gestionar en Madrid, pues nunca se había dado algo así en Valencia, incluyendo el seguro profesional y la retribución de los gastos de desplazamientos y manutención. Entonces no había email, ni siquiera fax. Todo lo hizo por teléfono y correo postal, en solo cuatro días. Me dijo que no podía ser que me volviera a Alemania sin tenerlo solucionado.
“Majo, que con preocupaciones no vas a poder aprobar física, cálculo y álgebra de primero, y, sin eso, no vamos hacia adelante”, me dijo.
Aprobé, vaya si aprobé… No le podía fallar, tenía que venir limpio de asignaturas al siguiente verano. El 1 de septiembre de 1985 empecé las prácticas con Don Rafael Currás Cayón.
¡Vaya programa de formación que me montó! El objetivo era establecer un huerto semillero de pino carrasco en el vivero de Alaquás (muchos lo conoceréis), para lo que tuve que buscar más de 200 árboles plus y obtener esquejes para injertar los pies plantados, bajo las órdenes del guarda Pepe Albado a cargo del vivero y del guarda Julián de Benafer en Castellón, el mayor especialista en los injertos de diferentes especies de pino. Desde la Tolodella al Pinar de la Horadada, recorriendo y repasando todas las masas de pinar en 6 meses: la Tinença de Benifassá, la Serra de Irta, el Desert de les Palmes y las faldas de Penyagolosa, Espadán y la Calderona, las Hoces del Cabriel y toda esta comarca de Utiel-Requena, la sierra de Enguera, la Canal de Navarrés y el Valle de Ayora, la serra de Mariola, la Font-Roja, los montes de Biar y hasta la sierra de Escalona. Monte por monte, sin parar, un “crash curs”, como dicen ahora, de siete meses, conociendo a todos los guardas de muchos pueblos de Castellón, Valencia y Alicante.
Rafael solía venir conmigo al monte una o dos veces a la semana. Era lo que realmente le gustaba. Los días con él eran verdaderas lecciones magistrales, no solo de botánica forestal, sino también de conservación de ecosistemas singulares, de silvicultura, de dasometría y ordenación, de aprovechamientos, de incendios y plagas, de restauración, de la realidad socioeconómica en los pueblos, de muchísimas cosas.
Con Rafael tuve el gran lujo de obtener clases particulares de un gran maestro, que disfrutaba enormemente y contagiaba ese gozo, motivación e ilusión por nuestra ciencia y por nuestra profesión de una forma muy honesta, pero también muy apasionada y, casi me atrevería a describir como feroz. Almorzábamos en el monte, hablábamos de todo. Le encantaba el alpinismo y los deportes, la música clásica y le apasionaba la historia, sobre todo cómo afectaba al desarrollo del territorio. Se conocía todas las antiguas vías romanas, pero también las cañadas de la transhumancia y las trincheras de la guerra civil, allí por donde pasáramos. Además, recuerdo que me sorprendía sobremanera su detallado conocimiento de la II Guerra Mundial. Era muy curioso y me preguntaba sobre la memoria histórica en Alemania. Siempre lo recuerdo como un gran conversador y docente: explicaba de forma ordenada y, sobre todo escuchaba, le encantaba intercambiar opiniones y era tremendamente respetuoso, cordial y divertido. Yo sabía que los días que venía Rafael eran para aprender y disfrutar. Solo teníamos un tema tabú: el fútbol, ahí sí que no nos llegamos a entender nunca.
Recuerdo de aquellos días, el énfasis que ponía en que los ingenieros de montes no podemos perder el tiempo, que somos como abejorros que revoloteamos por encima de las flores del conocimiento, pero que al aplicarlo debíamos hacerlo con el mayor rigor científico.
“Y eso es una difícil tarea, majo!”, añadía
Años más tarde, cuando me doctoré con 26 años, siendo el doctor ingeniero de montes más joven de la historia de mi escuela, entendí perfectamente lo que me transmitió Rafael desde su experiencia.
Fueron al final 7 meses inolvidables, que me unieron a él durante casi 40 años. Yo seguí mi carrera en Alemania, pero hacíamos por vernos, aunque fuera un rato, al menos cuando volvía por Navidad, Pascuas o verano. Al final fueron 15 años lejos, casi todos en Alemania, pero también en Gran Bretaña, en Dinamarca y en Bélgica. Aunque pasara tiempo sin vernos, nuestra amistad y cariño era mutuo. Una cerveza y nuestra conversación fluía como si el tiempo entre visita y visita no hubiera pasado.
En 1989, Rafael fue ascendido y nombrado inspector jefe de la 7ª Inspección Regional del ICONA. En estos años realizó una labor muy intensa en la planificación y coordinación de planes de prevención y lucha contra incendios forestales. Sin embargo, su ojito derecho durante esos años siguió siendo el vivero de Alaquàs, el único que ha permanecido adscrito a la Administración General del Estado hasta hoy, ayudando a conservar importantes colecciones como la de nogales mediterráneos y otras muchas especies autóctonas. En el vivero también pudieron disfrutar de formación en prácticas otros alumnos jóvenes, como mis buenos amigos y compañeros Raúl Quílez y Marta Corella, un par de años más jóvenes que yo, y también hoy aquí presentes entre nosotros. También se encargó de conseguir la adquisición de diversas fincas forestales que actualmente pertenecen a la Generalitat Valenciana, como por ejemplo aquí cerca las Casas del Doctor de Requena.
Ya en el año 1995, y como consecuencia del proceso de transferencias de competencias a las Comunidades Autónomas, Rafael se integró como funcionario de la administración autonómica, ocupando en los siguientes años diversos puestos de responsabilidad técnica y de gestión en las Consellerías con competencias forestales de la Generalitat Valenciana, la mayoría del tiempo como Jefe de la Unidad Forestal o Servicios Territoriales de Valencia. Desde allí, además de las labores de dirección técnica de la administración forestal de la provincia de Valencia, se encargó de la dirección facultativa de la mayoría de los proyectos de investigación forestal conveniados por la Generalitat Valenciana, lo que siempre hizo que estuviera muy cerca de las muy pocas estructuras de investigación forestal que existían en aquellos años, como la Universidad de Valencia, el CIDE del CSIC o el CEAM.
Su último eslabón profesional fue como director del Centro para la Investigación y Experimentación Forestal de la Comunidad Valenciana (CIEF), puesto que ocupó desde el año 2005 hasta su jubilación en el 2010. Desde dicho puesto se encargó, por una parte, de continuar con la actividad de dirección de los proyectos de investigación forestal y por otra parte, del propio trabajo del CIEF, poniendo en funcionamiento y coordinando sus principales líneas de actividad:
- la conservación y gestión del material forestal de reproducción valenciano y las experiencias para su implantación en proyectos de restauración;
- la conservación de las especies raras, endémicas, amenazadas u otras singulares de interés patrimonial, en codependencia del Servicio de Vida Silvestre,
- la actividad del laboratorio y programas de fitopatología forestal, gestionado de modo conjunto con el Servicio de Ordenación y Gestión Forestal, y
- la catalogación del arbolado monumental de la Comunidad Valenciana.
A lo largo de su amplia carrera profesional, Rafael fue socio de diversas entidades técnicas, culturales y científicas, como la Sociedad Española de Estudio de los Pastos, la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia (donde coincidíamos con regularidad) y la Sociedad Micológica Valenciana. Entre otros reconocimientos, le fue concedida en el año 1992 la Encomienda de la Orden del Mérito Agrario, Pesquero y Alimentario, y fue nombrado agregado de la Comisión de Ciencias Medioambientales y Agroalimentarias de la Real Academia de Cultura Valenciana. En su producción científica, el Doctor Rafael Currás Cayón fue autor de más de 40 trabajos entre libros, capítulos de libros y artículos, así como de casi 50 presentaciones en congresos, destacando la amplia diversidad de la temática, fruto de su continuo trabajo en equipos multidisciplinares.
Nuestros caminos volvieron a cruzarse cuando me incorporé a tiempo completo a la Universitat Politécnica de Valencia, en el año 2010, primero como profesor titular y luego como catedrático. Ante el nuevo reto de crear un grupo de investigación forestal, ¿a quién recurrir? Claro, Rafa, que estaba ya jubilado y disponía de algo más de tiempo. Sin dudarlo me ofreció su ayuda y me animó a montar un buen grupo multidisciplinar, en los que incluir las más innovadoras tecnologías y conocimientos para la mejora de una gestión forestal sostenible y multifuncional en condiciones mediterráneas.
Además de actuar como miembro de los tribunales de tesis de los jóvenes doctores ingenieros de montes, varias tardes le estuve explicando explicando cuáles eran mi visión y mis ideas en cuanto al mandato para formar futuros ingenieros de montes que contribuyan a desarrollar una bioeconomía forestal y la mitigación desde la gestión forestal activa frente a la emergencia climática. Actualmente somos ya 42 investigadores en este grupo, donde la mayoría somos ingenieros de montes, pero también tenemos ingenieros agrónomos, biólogos, medioambientales, arquitectos, informáticos, geómatas, físicos, ingenieros industriales e ingenieros energéticos. Y muchos de los retos y objetivos los pude contrastar con mi buen amigo Rafael Currás.
Recuerdo también con mucho cariño cómo me volví a reunir con él para presentarle la defensa de mi cátedra, tanto del proyecto docente como del proyecto investigador. Aguantó estoicamente el ensayo de mi defensa. Pobre Rafa, vaya rollo le solté. Fue crítico y duro, pero siempre constructivo para no solo ayudarme a mí, sino a las generaciones futuras de ingenieros e ingenieras forestales y de montes que formamos en la Politécnica.
Recuerdo también de estas sentadas, cómo Rafael me ayudó a definir los cinco principales retos docentes y de investigación, que siguen formado parte de mi leitmotiv para la formación de nuevas generaciones de ingenieros forestales y de montes:
- Revitalizar la gestión forestal sostenible en los bosques, sobre todo en los bosques mediterráneos, conservando los ecosistemas y su biodiversidad,
- Desarrollar nuevos procesos y productos para que el sector forestal – como sector elemental en la bioeconomía – sea un motor esencial de adaptación y mitigación del cambio climático,
- Mejorar la calidad de productos y servicios forestales en un contexto de emergencia climática y globalización,
- Mejorar las percepciones y prioridades de la sociedad urbana sobre los productos y servicios forestales y medioambientales,
- Contribuir a la transferencia de conocimiento, al emprendimiento y a la competitividad de nuestras empresas y profesionales con el último fin de frenar la despoblación en zonas rurales.
Cuando defendí mi cátedra, junto con mis padres, mi esposa y mi buen amigo Eduardo, quizás mi maestro y amigo, Rafael Currás, era la persona que sentía más satisfacción y orgullo por lo conseguido.
“Ya te lo decía yo cuando cogíamos esquejes y semilla por las montañas valencianas. Tú llegarías lejos, majo! Ya lo ves, el primer catedrático valenciano ingeniero de montes en una universidad valenciana”.
El sincero e intenso abrazo que me dio aún lo puedo sentir. La última vez que nos vimos fue una soleada mañana de diciembre de 2019 en el bar del poli: Eduardo, Rafael y yo, cómo no, con una cerveza fresquita. No es fácil tener dos buenos maestros y amigos. Allí los tenía conmigo. Nunca se me olvidará.
Como he dicho al principio, Rafael siempre dejó huella allá donde estuvo durante todos sus años como profesional, pero también después de jubilado, siempre que su pasión por el golf le dejaba. Desde sus diferentes puestos en la administración y en la Universidad de Valencia, Rafael actuó continuamente de enlace entre investigadores y gestores forestales, en momentos en los que, a diferencia de la actualidad, no existía una estructura académica de la ingeniería forestal y de montes en la Comunidad Valenciana, haciendo de puente entre diferentes generaciones.
Su calidad personal y sus competencias técnicas y sociales le permitieron adaptarse a los cambios que se produjeron en la universidad y en la administración a lo largo de estos años, desarrollando las tareas que le correspondieron con dedicación y honestidad.
Fue para muchos de nosotros un ingeniero de montes y un científico de referencia, siempre comprometido con la naturaleza y con nuestra profesión. Sin embargo, Rafael Currás era mucho más: era una persona muy inteligente, respetuosa y empática, serena, oportuna, cordial, muy generosa, discreta y a la vez divertida; pero sobre todo para muchos de nosotros era un verdadero maestro y amigo.
Querido amigo Rafa, te echamos mucho de menos.
Allí donde estés, recibe un muy fuerte abrazo de todos tus compañeros, amigos y familiares.
José Vicente Oliver, 10.11.2022